Lucía se despertó justo cuando el sol empezaba a ocultarse en el horizonte. Se había quedado dormida en las dunas, y mirando a ambos lados comprobó que apenas quedaba gente en la playa. Esperaba que una tarde de playa le levantase el ánimo, pero no había sido así. Era el primer verano en muchos años que no tenía pareja, y lo notaba. Echaba de menos los jugueteos en la playa, que le diesen crema sensualmente, meterse mano entre las dunas, abrazarse en el agua y calentarse delante de todo el mundo sin que nadie se enterase… y el sexo diario. Lucía tenía muchas quejas de su antiguo novio, pero la frecuencia sexual no era una de ellas. Se había acostumbrado a un ritmo sexual endiablado, con un mínimo de cinco polvos semanales, y ahora le costaba pasar sin ello.

Sexo para parejas - relato erótico volviendo de la playa

Así que se pasaba la mayor parte del tiempo de mal humor, frustrada sexualmente y encima sola, sin poder culpar a nadie. Así que se había cogido unas vacaciones de verano adelantadas y había vuelto a la casita de verano de sus padres en la costa. Esperaba que la playa en la que había pasado su infancia le ayudase, pero no estaba funcionando. Incluso había sido peor: había visto a unos cuantos chicos haciendo nudismo y volvía a sentirse necesitada sexualmente. Al principio había sido una grata sorpresa ver sus cuerpos trabajados, morenos y musculosos, en el agua, haciendo surf o simplemente paseando. Pero al de un rato había empezado a excitarse, y sus pezones habían respondido rápidamente. Todavía tenía sus generosos pechos algo duros, y había tenido que dejar de hacer topless porque los pezones estaban claramente rígidos y excitados.

Pensando en que le esperaba un verano muy duro acabó de recoger y se puso en camino al acantilado. Ya estaba anocheciendo y el resto de la gente iba en sentido contrario, hacia el aparcamiento, pero la casita de sus padres estaba tan cerca que podía ir andando por senderos que apenas usaba nadie. Subió por entre las rocas y se internó en el bosquecillo en el que había jugado cuando era una niña. Aquí la oscuridad era algo más intensa, pero se conocía el camino y no le preocupaba lo más mínimo. Estaba pensando en darse un largo baño caliente, darse jabón suavemente a sus pechos, y masturbarse lentamente, cuando oyó unas risas a un lado del camino.

[pullquote align=»right» textalign=»right» width=»30%»]Agachada hacia delante le hacía una felación a un hombre que tenía enfrente mientras otro más joven le lamía la entrepierna desde detrás[/pullquote]

Se sorprendió porque ya no eran horas para andar paseando por el bosque, y decidió salirse del camino para cotillear un poco. Subió una loma que se ocultaba entre los árboles y vio unas luces en un claro que no recordaba de su infancia. Ahora oía las voces claramente, y siguió acercándose con todo el sigilo que podía. Esperaba encontrarse a unos jovencitos emborrachándose a escondidas, pero lo que vio le dejó con la boca abierta. En el centro del claro una mujer estaba medio desnuda, con la falda subida y un top bajado. Agachada hacia delante le hacía una felación a un hombre de mediana edad que tenía enfrente con los pantalones bajados, mientras un joven totalmente desnudo de unos 20 años le lamía la entrepierna desde detrás. Y los tres llevaban máscaras: ella había optado por un gatito, mientras que el cuarentón había elegido un demonio, y el jovencito un bulldog.

Lucía se ocultó detrás de un árbol grande, insegura pero decidida a seguir espiando la escena. El demonio cuarentón le masajeaba con fuerza los pechos a la gatita, mientras le hablaba en tono excitado: «Te gusta, verdad? ¿Quieres más?» La gatita se agarraba al pene que tenía en la boca mientras con la otra mano le apretaba los testículos, a la vez que no dejaba de gemir, animando a los dos hombres a seguir. El jovencito se movía en un frenesí sexual, lamiendo con fuerza la entrepierna, las nalgas y el ano sucesivamente. Sus manos agarraban con fuerza los muslos de la gatita, separándolos con fuerza para poder acceder a sus objetivos.

Lucía, con la boca abierta, miró detrás suyo para comprobar que no había nadie más por las cercanías, y se pasó la lengua por los labios: necesitaba acercarse más. Con mucho cuidado se movió hasta otro árbol más cercano. Podía oir la respiración entrecortada de la gatita y reconocía en ella una excitación máxima, como la de una mujer que ya no podía parar y necesitaba el sexo. Podía ver cómo los muslos de ella chorreaban líquido, y adivino que la gatita ya se había corrido al menos un par de veces. El pene del jovencito, de un tamaño más que considerable, parecía que estaba a punto de reventar: brillaba con un tono rojo intenso y estaba goteando con intensidad.

La gatita empezó a gemir con más fuerza, y de repente se sacó el pene con fuerza de la boca, giró la cabeza y le dijo con voz de mando al jovencito: «Fóllame en el suelo». Al momento las tres figuras se soltaron y se reordenaron con una rapidez endiablada: la gatita se tumbó boca arriba en una manta que estaba tirada en el suelo, con las piernas completamente abiertas y levantadas. El demonio cuarentón se puso encima de su cabeza, y le acercó el pene a su boca, que ella engulló a toda prisa, como si lo necesitara. El jovencito se plantó de rodillas entre las piernas de ella, se agarró con fuerza a sus muslos y empezó a penetrarla con sonoros golpes. Cada embestida era cada vez más fuerte, y Lucía pudo ver los músculos del jovencito completamente tensos, con el trasero sin un gramo de grasa moviéndose adelante y atrás. La respiración de la gatita respondía a sus ataques, y volvió a gemir con fuerza. El demonio cuarentón empezó también a moverse, penetrándole la boca al mismo ritmo.

[pullquote align=»left» textalign=»left» width=»30%»]Notaba una cálida humedad entre sus piernas que amenazaba con abrirse paso hasta el bañador[/pullquote]

Detrás del árbol Lucía notó cómo su excitación se acumulaba tras varios meses de ayuno sexual. Sus pezones empujaban la blusa con fuerza, y notaba una cálida humedad entre sus piernas que amenazaba con abrirse paso hasta el bañador. Una parte de su cabeza le decía que esto no era normal, y que era peligroso que la pillaran ahí, pero no podía quitar ojo a la escena que tenía delante. Se dio cuenta de que su propia respiración era ya agitada y la tensión sexual acumulada hacía que sus dientes mordiesen su labio inferior. En un momento la lujuria venció, se puso de rodillas tras el árbol con las piernas bien abiertas y una de sus manos fue directamente a su pecho izquierdo, mientras que la otra apartó con decisión el bañador y se hundió en su necesitado sexo.

De mientras en el claro el ritmo se había acelerado: el jovencito, con los pies de la gatita en sus hombros y abrazado con fuerza a sus piernas, tenía ya el cuerpo brillante de sudor, y gruñía de forma casi animal con cada ataque. El demonio cuarentón había plantado sus manos en los pechos de ella y los atenazaba entre sus dedos mientras penetraba su boca con un sonido húmedo y chapoteante. La gatita seguía gimiendo, cada vez en tono más agudo, mientras se abrazaba a las nalgas del demonio. Una mezcla de saliva y líquido preseminal le goteaba por la comisura de los labios, y su espalda comenzó a arquearse al acercarse al orgasmo.

Los dedos de Lucía se aceleraron, y empezó a apretarse el pezón a la vez que acariciaba frenéticamente su clítoris. Hacía meses que no estaba tan húmeda, y sus líquidos goteaban por mano y fluían por sus muslos libremente. Sin darse cuenta estaba ya jadeando, pero ya no le preocupaba nada más que el placer. Su cuerpo temblaba y sus ojos miraban al frente, hipnotizados. De repente el demonio cuarentón se tensó y empezó a boquear al correrse. La gatita empezó a gritar de placer al llegar también al orgasmo, y de su boca abierta empezaron a caer goterones de semen. El jovencito seguía bombeando, incansable, mientras la gatita gritaba con cada oleada de placer. Lucía notó cómo se acercaba el placer, y su mano empezó a moverse todo lo rápido que podía. Le temblaban las piernas del esfuerzo y el pezón ya le daba punzadas de dolor del castigo que recibía, pero era imposible parar. Al cabo de unos segundos el jovencito abrió la boca al cielo como un lobo y la gatita gritó por una oleada más de placer. Lucía se corrió como nunca, se le pusieron los ojos en blanco y no pudo evitar gemir en la oscuridad del bosque.

Al darse cuenta de que podrían haberle oído se ocultó y sin pensarlo dos veces se volvió por donde había venido, tan rápidamente como le permitían sus temblorosas piernas. Al llegar jadeante al camino notó que no había nadie en las cercanías y de que ya casi estaba completamente oscuro. Notaba el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, sus pezones arañando la fina blusa, la humedad goteando en su entrepierna y una insaciable necesidad sexual dentro de ella. Volvió casi corriendo a casa, y se lanzó a su cama para masturbarse pensando en la escena que había visto, la más sexual de su vida!

Continuará…


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