«El otro día mi novio me preguntó cuál era mi fantasía sexual. Después de sonrojarme un poco y resistirme, le dije que no era una fantasía, sino un sueño erótico que tenía de vez en cuando. Esto le picó la curiosidad, y me pidió que se lo contara. Me hice de rogar un poco, y luego se lo conté con todo lujo de detalles, aquí va!»
Al principio de mi sueño me encuentro tumbada encima de una camilla negra en una gran habitación con poca luz. Estoy mojada, como si me acabara de duchar, y una toalla me cubre el cuerpo. La temperatura de la habitación es cálida, pero mis pezones están duros como piedras, como si supieran lo que les espera.
Entonces aparecen hombres desde las sombras. Todos van vestidos de traje elegante, negro, pero no les veo la cara. Se acercan lentamente, pero no tengo miedo, sino que me empiezo a excitar. Son seis, y se quedan de pie alrededor mío mirándome, mientras yo estoy tumbada boca arriba en la camilla.
Uno de ellos acerca una mano suavemente y tira de la toalla, que cae al suelo y yo me quedo desnuda delante de ellos, con mis pezones puntiagudos y mi sexo húmedo. Veo que se excitan y su entrepierna se abulta, y me excito aún más. Acerco mi mano al paquete del hombre de mi derecha y empiezo a acariciárselo por encima del pantalón. Siento su pene, grande y grueso a través de la fina tela y empiezo a respirar entrecortadamente.
El hombre que está a mi izquierda me acerca los dedos a la boca y entiendo al momento lo que quiere: abro la boca y empiezo a lamerlos con fuerza. Siento cómo las yemas de sus dedos juegan con mi lengua y mi saliva, y me encanta tener la boca ocupada.
El hombre que está encima de mi cabeza se acerca a mí y empieza a tocarse a través del pantalón. No hace ningún ruido, pero veo cómo su pene se va irguiendo, intentando salirse del pantalón y acabando en una preciosa tienda de campaña.
De repente siento las manos de los otros tres hombres, como si se hubieran puesto de acuerdo. El que está a mis pies empieza a acariciarme con los dedos la parte interior de las piernas, empezando por los gemelos y subiendo poco a poco. Los otros dos me acarician la tripa con suavidad, y al de un rato suben hacia mis pechos.
El hombre de mi izquierda me coge mi mano libre y se la lleva a su paquete. Con su otra mano sigue metiendo sus dedos en mi boca, cada vez más profundo y con más fuerza. Ya tengo un pene en cada una de mis manos, aunque sea a través de sus pantalones. Están totalmente empinados, casi temblando de la presión que tienen, y la tela que rodea sus glandes empieza a humedecerse. Esto me excita aún más, y agarro con fuerza los penes, masturbándolos arriba y abajo a través de la tela.
El hombre que tengo encima de mi cabeza se acerca a pocos centímetros de mi cara y se desabrocha lentamente el pantalón, y es como un hechizo, todo se desarrolla lentamente y a la vez. Cuatro manos llegan a mis pechos, acercándose poco a poco a mis pezones pero sin tocarlos. El botón del pantalón se suelta, y empiezo a ver el glande. Las manos de mis piernas que me acarician la cara interior de los muslos empiezan a pasar por encima de mi entrepierna, empujando los labios a un lado y al otro. El pantalón que tengo delante se abre, y veo un enorme pene goteando delante de mi cara. Los dedos que ya llegaban a mi garganta desaparecen, y mi boca pide más. Veo un hilillo de presemen cayendo desde la punta del pene y brillando mágicamente delante de mis ojos. El olor de ese pene me entra por la nariz con una fuerza sorprendente, y mi excitación sube aún más. Noto cómo mi cuerpo necesita el sexo de todos estos hombres y no puedo controlarme. El hombre que está encima de mi cabeza se baja la piel del pene y surge un glande palpitante, rojo y húmedo, goteando placer. Dejo caer mi cabeza, cierro los ojos, abro mi boca y saco la lengua, y el glande se acerca hasta entrar dentro de mí.
El sabor es maravilloso, sabor a hombre, a excitación, a deseo, y me inunda toda la boca. Cierro mis labios sobre el fuste y mi lengua se lanza a explorar el glande: lo rodeo primero en un sentido y luego en el otro, paso la punta por la frontera donde se acaba y pasando por el frenillo arriba y abajo, vuelvo para buscar la rendija que gotea en la punta, me alejo para acariciarlo con toques rápidos de mi ávida lengua. Y luego lo succiono con todas mis fuerzas, queriéndolo todo, apretando con fuerza mis labios y empujándolo con mi lengua contra mi paladar. Toda mi mente está centrada en ese pene que me inunda y me posee.
Pero de repente el resto de los hombres toma posesión de mi cuerpo. Mis manos son separadas de los penes que agarraban, y al de un momento vueltas a poner sobre ellos, pero sin las telas del pantalón. Mis dedos se deslizan sobre el lubricante líquido, y el tacto es sensual y excitante. Los aprieto sin piedad, estrujándolos primero y luego moviéndome arriba y abajo. Noto cómo la piel cede con facilidad y siento aparecer los glandes, escurriéndose entre mis dedos una y otra vez.
Las manos que acariciaban mis pechos se vuelven más agresivas, y pasan de las caricias a apretarlos, magrearlos, masajearlos. Ya no evitan los pezones, esos pezones que ya ardían de deseo, de necesidad de ser adorados y castigados. De repente una de las manos me agarra fuertemente un pecho y siento unos dedos aprentando el pezón, pellizcándolo, girándolo hasta enviarme una oleada de placer. El otro pezón sufre un ataque distinto: una boca empieza a succionarlo y lamerlo sin piedad, con una hábil lengua moviéndolo en todas las direcciones.
Mi entrepierna ya está chorreando, y las manos encargadas de esa zona también toman el control. Me agarran las rodillas y me abren las piernas con fuerza, dejándolas caer a ambos lados de la camilla. Vuelven a subir por los muslos y ahora separan los labios directamente. Dos dedos atacan mi clítoris, acariciándolo con movimientos circulares, mientras que otros dos dedos empiezan a jugar con la entrada a mi vagina, ayudándola a abrirse. Noto cómo los dedos están húmedos de mis jugos, y aún tengo más y más, goteando constantemente.
La cabeza me da vueltas y el placer es inmenso. Tengo manos por todo mi cuerpo, un pene en mi boca y otros dos en mis manos, el olor a sexo lo satura todo y las sensaciones me superan. El hombre que tengo en mi boca empieza a moverse, y su pene empieza a penetrarme la boca. Abro los ojos y veo sus testículos colgando, mientras su olor me sigue llenando las fosas nasales. Mi excitación es tal que mis manos empiezan a moverse frenéticamente arriba y abajo, todo lo rápido que pueden. Uno de mis pechos ya está siendo castigado: los dedos estiran del pezón mientras lo retuercen sin piedad mientras la otra mano ha empezado a golpear el pecho desde abajo, al principio con suavidad pero cada vez con más fuerza. Oigo las palmadas sobre mi pecho y cada golpe hace temblar a todo mi cuerpo, tanto por el placer como por el temor al siguiente golpe.
El otro pecho tiene una boca enloquecida sobre él, que muerde y lame sin parar. Muerde el pecho y el pezón, con tanta fuerza que seguro que dejará marca, y luego lame toda la zona, dejándola escurridiza y sensible a cualquier ataque. Succiona el pezón con fuerza, y siento cómo su lengua juega con él dentro de su boca, moviéndolo hacia todos los lados, empujándolo con la punta y luego apretándolo con toda la lengua. Luego los peligrosos dientes entran en juego y lo aprietan con fuerza, enviando oleadas de doloroso placer.
Mi entrepierna ya se ha dado por vencida y está completamente abierta: ya no son dos dedos los que buscan entrar, sino cuatro los que entran y salen de ella, casi una mano entera que gira dentro de mí. Mis jugos siguen inundándolo todo, y la otra mano aprieta mi clítoris sin descanso, pellizcándolo y retorciéndolo. Cuando empiezo a creer que esta parte de mi cuerpo se ha vuelto insensible el ataque del clítoris para de repente, y siento un golpe en toda la zona. Mis ojos se abren como platos, y mi cerebro se bloquea por un momento. Jamás he sentido nada similar, y mi cuerpo no sabe cómo responder, tensándose y quedándose quieto. Dos segundos más tarde vuelve otro golpe, tanto o más fuerte que el anterior, y mi cuerpo decide aceptar este exceso, dejándose hacer y ayudando con una nueva oleada de lubricación. El último dedo se une a la penetración, y siento un puño entero dentro de mí, abriéndose paso entre mis labios y llenándome completamente. La sensación de estar llena supera a todas las demás, y me acerca al orgasmo de manera desconocida.
Dos manos se aferran a ambos lados de mi cabeza y me agarran con fuerza, y el hombre que tengo en la boca empieza a moverse con rapidez. Me está follando la boca con fuerza, hasta donde llega su aparato. Noto cómo el glande me golpea la garganta y me obligo a mí misma a respirar con fuerza por la nariz. Me lloran los ojos, y veo entre las lágrimas cómo bailan enloquecidos sus testículos, goteando mi propia saliva.
Mis brazos empiezan a doler del esfuerzo del frenético movimiento, pero noto cómo los penes que tengo entre las manos empiezan a palpitar, acercándose al orgasmo. Acelero aún más y me concentro en apretar el borde del glande en cada movimiento. Se rompe el silencio y oigo a los seis hombres gimiendo, acercándose al orgasmo, a punto de correrse. Mi cuerpo ya no puede darme más placer, mis pezones están al rojo vivo, mi clítoris tiembla con cada golpe, mi vagina se contrae alrededor de su atacante y mi boca apenas puede aguantar la penetración. Siento la oleada de placer acercándose, imparable, a la vez que los seis hombres a mi alrededor empiezan a eyacular entre gemidos guturales. Mi boca se llena de semen, y mis manos sienten el cálido líquido chorreante, y mi orgasmo me supera. Intento gritar de placer pero no puedo más… y me despierto, totalmente húmeda por mi sueño erótico.
Mi novio tenía la boca abierta, los ojos dilatados, la respiración acelerada y una erección que intentaba escaparse del pantalón. Y le pregunto: «Qué te parece mi sueño erótico?» Él responde: «Que me encantaría ser uno de esos seis hombres!»
1 comentario
wi · 19/03/2015 a las 2:24 am
Que exelente relato
que rico