«El agua caliente se deslizaba sobre su piel con suavidad, llegando a sus pezones y entrepierna y rozando esas zonas suavemente. Enseguida sintió cómo toda la tensión sexual acumulada afloraba, haciéndola estremecerse con un escalofrío. Sintió cómo se abrían los labios de sus genitales, esperando anhelantes cualquier estímulo. Su mano derecha corrió a satisfacerlos, mientras que la izquierda acariciaba su abdomen, ascendiendo hacia uno de los pulsantes pechos.»
[pullquote align=»left|center|right» textalign=»left» width=»30%»]La cosa se anima y un Anónimo nos manda un largo relato sobre dos adolescentes descubriendo el sexo[/pullquote]
Una figura se deslizaba entre las casas residenciales de una urbanización cualquiera, buscando cobijo en los pequeños aleros frente a la poderosa lluvia que estaba cayendo. El chubasquero, azul oscuro, tapaba por completo al infeliz que se atrevía a pasear al anochecer bajo semejante riada. Al llegar a un paseo principal corrió a cobijarse bajo un roble enorme, y allí miró al cielo, entre esperando y suplicando que cesase el chaparrón. Una cara de adolescente oteó los grises nubarrones desde el borde del capuchón. El pelo rubio, lacio y húmedo, se le adhería a la frente y le hacía pestañear. Los ojos, de color azul claro, parecían buscar un rayo de sol que detuviera la tormenta. Pero al no ser así, la joven se volvió a cubrir la cabeza y continuó su marcha, rodeando los pequeños chalets de las urbanizaciones. Un rayo cayó cerca, y se sobresaltó. El trueno, poderoso, no se hixo esperar, y al momento la lluvia comenzó a arreciar. La joven, que ya estaba cansada, intentó acelerar el paso trabajosamente. Su respiración se agitó y el vaho aparecía nada más salir de sus finos labios. El agua terminó de atravesar el impermeable y comenzó a mojarle el grueso jersey de lana que llevaba debajo, haciéndola tiritar.
Pero al final llegó a su destino: un chalet mediano, de dos plantas, con un jardincito cuidado delante. La adolescente lo atravesó sin dedicarle una mirada y subió los escalones que llegaban hasta el porche principal. Allí pulsó el timbre, y en seguida se quitó la capucha, que parecía asfixiarla. Se oyeron unos apresurados pasos, y en unos segundos la puerta se abría, dejando ver a otra joven, ésta de pelo moreno y complexión atlética. Vestía con un pantalón de chandal y una simple camiseta de tirantes, como siempre en la calurosa casa.
– Por Dios, María! No hacía falta que vinieras con la que está callendo. Mira como te has puesto.
– Dije que vendría y he venido- respondió tercamente María.
– Venga, entra y quítate eso. A ver si podemos secarte, porque como pilles algo tu madre nos mata.
– Vale. Oye, Lucía, ¿hay alguien en tu casa?- preguntó María mientras se quitaba el impermeable.
– Nop, mis padres se han ido de fin de semana. Dios, quítate ese jersey ahora mismo. A ver si dejándolo en la caldera se seca sin que se te estropee.
Al quitarse el jersey, María se quedó en un niqui blanco que, mojado y translúcido, se pegaba a sus pechos y dejaba adivinar unos pezones ateridos por el frío. María, sin poder evitarlo, comenzó a tiritar. Cuando Lucía volvió de colgar sus ropas a secar, vio a María en tal lamentable aspecto:
– Diooooos… ¿Pero tú te has visto? Venga, vamos a mi cuarto que te voy a secar.
Subieron por las escaleras de madera, hasta un pasillo. Allí Lucía cogió una toalla de un pasillo y entraron a su cuarto. Éste era espacioso, con varias comodidades: televisión, cadena de sonido,… La cama estaba en una esquina, dejando un amplio espacio central en el que sólo estaba la moqueta. Como siempre, María se sentó en el centro de la moqueta, mientras Lucía sacaba unos pantalones de chandal del armario y se los tiraba.
– Quítate eso y ponte esto.
María, que ya empezaba a sentir su respingona nariz de nuevo, se desabrochó los empapados vaqueros. Al quitárselos se dio cuenta de que sus braguitas también estaban mojadas, así que se las quitó también, apenas dejando a la vista su entrepierna. Mientras se estaba poniendo los pantalones de Lucía, la oyó sentarse detrás de ella:
– Quítate la camiseta, que tienes que tener la piel helada.
María le hizo caso, y se dio cuenta de que debía estar congelada, porque el cálido aire de la casa le parecía sofocante y mareante. Lucía le puso una toalla sobre los hombros y comenzó a darle un masaje con ella. María entrecerró los ojos. Entre el mareo, el calor y el masaje se estaba quedando atontada. Los fuertes músculos de Lucía la movían suavemente, haciéndola entrar en calor, una y otra vez. Primero los brazos, luego la espalda…
El tacto de la suave toalla, fuerte y esponjoso, y el roce de la pelusilla interior del pantalón sobre su desprotegida entrepierna estaban causando en ella una sensación erótica de la que era difícil librarse. Lucía le pasó la amplia toalla por encima de los hombros, rodeándola con sus brazos. Al hacer esto presionó los pujantes pechos de María, ahora algo más rígidos de lo normal, y presionó los suyos contra la espalda de su amiga, lo que sacó a ésta de su trance. Lucía pareció no darse cuenta, y comenzó a mover los brazos arriba y abajo, frotando simultáneamente los brazos y la espalda de su amiga. Pero a la vez los pechos adolescentes de ésta eran masajeados, presionados hacia arriba y hacia abajo, magreados por una suave y peluda toalla en un sensual movimiento pendular que les instaba a hacerse aún más grandes y rígidos. María podía sentir los pechos de Lucía en su espalda, hasta los mismos pezones, y pensó preocupada que si el contacto seguía así, su amiga acabaría por sentir la resistencia de sus pezones y malentender el asunto.
– ¿Qué?, ¿ya estás mejor?- preguntó alegremente Lucía.
– Sí! Digo… sí, claro. Mucho mejor, ¿puedes pasarme un jersey?- balbuceó María.
– Te vas a abrasar. Mejor coje una de mis camisetas- dijo Lucía mientras se levantaba a un armario.
En ese momento María sólo podía observar lo escasa que era la camiseta de tirantes de Lucía, cómo dejaba ver el lateral de sus abundantes pechos y cómo marcaba los oscuros pezones. Se preguntó cuánto podría disimular su actual calentura con una ropa así, mientras sentía un calor creciente en la entrepierna e intentaba alejar la suave costura interior de ésta. En ese momento Lucía se dio la vuelta, y María retiró la mano de entre sus piernas, avergonzada.
– Toma, es un poco pequeña para mí, pero a ti te debería a ir bien- dijo Lucía pasándole una camiseta de tirantes parecida a la que llevaba puesta.
Normalmente sí, pensó María. Al ver la camiseta supo que era de una talla inferior a la suya, lo que significaba tres o cuatro menos que la de su más desarrollada compañera. Pero sus pechos de adolescente no se daban por vencidos, y mantenían su rigidez y apostura valientemente. Por suerte Lucía le dio momentáneamente la espalda al ir a tumbarse a la cama, momento que María aprovechó para quitarse la toalla y ponerse rápidamente la camiseta. Al momento enrojeció de vergüenza, ya que los pechos se le marcaban como nunca lo habían hecho, y los pezones empujaban la tela claramente. Lucía se había tumbado de lado, y ahora observaba sorprendida a su amiga, que era un año menor que ella.
– Jesús, María. Cómo has crecido, estás preciosa.
María no se atrevía ni a levantar la cara, así que se dio la vuelta y murmuró algo del baño, mientras se dirigía al pasillo. En el baño intentó relajarse, cosa que sólo consiguió parcialmente, y se mojó el cuello con agua. Su busto se relajó un poco, al menos hasta el punto de no marcar pezones, así que María pensó que su amiga se contentaría con la excusa que ella misma había puesto. Volvió al cuarto, donde Lucía esperaba tumbada de lado en la cama, leyendo una revista. Al acercarse comenzó a comentar:
– ¿Has visto el especial sexo de este número? Es curioso, dice que…
María se sentó en el borde de la cama, pero se dio cuenta de que desde ese punto la desplazada camiseta de sus amiga le permitía ver uno de sus pechos por completo. Vaya día que tenía su libido!. Intentó no mirar y atender a la conversación, pero empezó a afirmar sucintamente y echar miradas de reojo. No podía menos que fijarse en lo lleno que parecía, y en lo grande que era la aureola que rodeaba al pezón en comparación con las suyas. Pero en seguida volvió a sentir la misma calentura de antes, aún más fuerte. El corazón empezó a palpitarle, las manos le temblaban un poco y apenas oía los comentarios de su amiga. El pecho empezó a recuperar el volúmen anterior, empujando la tela con decisión. Y peor aún, su entrepierna se despertaba por momentos. Mientras ontentaba alejar la excitación de su mente, María sintió cómo Lucía se incorporaba y le pasaba un brazo por encima de los hombros:
– María, ¿estás bien? Te veo sofocada – empezó a decir mientras le apartaba suavemente el pelo de la cara.
– Yo… – balbuceaba la enrojecida y avergonzada María.
– Jesús, si estás toda roja – observó Lucía-. A ver si has pillado algo y nos la cargamos. Tienes que darte una ducha caliente ahora mismo.
– No, no. Qué dices, si estoy muy bien – dijo María, intentando agacharse y que no se notase su potencia delantera temporal..
– Nada, ahora mismo te vienes al baño y te damos una ducha caliente. – dijo Lucía en ese tono suyo que no dejaba lugar a dudas mientras la cogía por los hombros y la ponía de pie.- Además, estás tiritando.
María se dejó llevar al baño, intentando ir delante y darle la espalda a Lucía. Al llegar al espacioso baño, Lucía abrió el grifo de agua caliente a tope:
– A ver, vete quitándote eso que en seguida está.
María vislumbró una posible salida: podía intentar bajar la excitación sexual que tenía masturbándose en la ducha. Se dio la vuelta, mirando al espejo, y empezó a cogerse la camiseta lentamente, esperando a que Lucía saliese. Pero Lucía se incorporó y le cogió los tirantes de la camiseta desde detrás:
– Levanta los brazos…
María hizo lo que le decían, tensa de nuevo al ver en el espejo que tenía enfrente cómo sus pechos se marcaban majestuosamente en la tirante tela. Mientras ésta se deslizaba hacia arriba, María vio reflejada la cara de Lucía sobre su hombro derecho, sonriéndola:
– Quizás una talla más no te habría venido mal…
Al sacar la camiseta, ésta le tapó la cara un momento, y sintió cómo sus pechos, liberados de la opresión, se movían arriba y abajo sin pudor alguno. Al recuperar la visión se fijó en ellos, y en cómo Lucía también lo hacía con una mirada sorprendida. Roja de vergüenza se agachó rápidamente para quitarse el pantalón. Al hacerlo empujó con el culo desnudo el muslo de Lucía, agravando aún más su excitación. Ésta, se percató, tenía ahora una vista completa de su culo en pompa, enmarcando su poco velluda entrepierna. Es decir, en ese momento María imaginó cómo Lucía podía verla totalmente desnuda, en una pose digna de una revista pornográfica.
Sobreponiéndose, se irguió y la encontró buscando una toalla.
– Entro ya – dijo para liberar la tensión, aunque la voz le falló un poco.
– Sí, ahora mismo te saco una toalla – respondió Lucía desde el armario, fallándole la voz durante un instante.
María entró en la bañera y cerró la puerta de plástico translúcido. Dentro el agua caliente había formado un vaho espeso y agradable, facilitándole su plan. Como no quería que Lucía sospechase nada, María decidió no perder tiempo y llevó su mano derecha a su entrepierna a la vez que se ponía bajo la ducha.
Comenzó a dejarse llevar, mientras oía los pasos de Lucía saliendo del baño. El agua caliente se deslizaba sobre su piel con suavidad, llegando a sus pezones y entrepierna y rozando esas zonas suavemente. Enseguida sintió cómo toda la tensión sexual acumulada afloraba, haciéndola estremecerse con un escalofrío. Sintió cómo se abrían los labios de sus genitales, esperando anhelantes cualquier estímulo. Su mano derecha corrió a satisfacerlos, mientras que la izquierda acariciaba su abdomen, ascendiendo hacia uno de los pulsantes pechos. Al llegar a él, lo aferró desde abajo, recogiendo su peso mientras el pulgar jugueteaba con el pezón, moviéndolo y presionándolo. Los dedos de la mano derecha comenzaron a abrirse paso entre la carne invitante, rodeando como tiburones su objetivo, el punto en que convergía todo ese placer, y que ahora crecía por momentos, buscando a sus atacantes.
María se dejaba llevar suavemente, consciente de que pronto le sobrevendría el ansiado orgasmo y se vería libre de todas esas preocupaciones. Se colocó justo debajo del chorro de agua caliente, apoyando la cabeza contra los azulejos de la pared y permitiendo que el agua fluyese desde su nuca hasta donde la espalda pierde su nombre, relajándola y a la vez provocando una sensual sensación con sus caricias. Pronto comenzó a sentirse atontada, perdida del mundo en su trance hacia el éxtasis, mientras sus dedos se hacían más y más atrevidos. Comenzó a sentirse caliente, ardiente incluso, y aceleró sus movimientos, acercándose al sprint final.
Concentrada de esta forma en sus propias sensaciones, María apenas oyó los pasos de Lucía al volver al baño con las toallas, y sólo cuando ésta habló junto a la puerta corrediza (semitransparente, gracias a los dioses) se percató de lo cerca que estaba sus amiga de pillarla en su mejor masturbación:
– Aquí te traigo las toallas y una esponja especial para dar masajes. Mi madre me ha dicho que relaja mucho y ….
A María sólo le dio tiempo de apartar las manos de sus cuerpo antes de que su amiga empujase la puerta a un lado, dejándola completamente a la vista en su pulsante desnudez. La mente de María, todavía con un pie en el culmen del agradable trance, no podía pensar en otra cosa que no fuese lo evidente que era su situación: los pechos erguidos y generosos, los pezones empinados y puntiagudos, los ojos desorbitados y la cara enrojecida por el calor y la pasión, las piernas cruzadas con culpabilidad, las manos a un lado… pero sobre todo le preocupaba la respiración, que ella misma oía agitada y trabajosa, mezclada con el estruendoso palpitar de su asustado corazón.
Pero su amiga pareció no entenderlo así: vio a una chica joven y saludable, que de repente se encontraba con la cara desencajada y los ojos vidriosos, respirando con dificultad y buscando apoyo tambaleante, insegura y atontada. Y todo esto sólo indicaba una cosa: María estaba enferma y debilitada por su trayecto bajo la tormenta.
– Por Dios! Estás hecha polvo. Espera, agárrate a mi brazo con fuerza, a ver si te vas a caer. Tienes que estar un rato más en la ducha, a ver si te recuperas. Siéntate en el borde un momento.
María hizo lo que decían, demasiado aturdida como para decir nada o hacer otra cosa que mostrarse sorprendida. Esto, por supuesto, no hizo más que aumentar el convencimiento de Lucía de que su amiga necesitaba cuidados. María, interiormente, comenzó a pensar en la suerte que había tenido: todavía sentía el orgasmo a flor de piel, a pesar de que el susto la había alejado de él, y su cuerpo ya no le respondía totalmente. Oía la voz de Lucía lejana, aunque estuviese a menos de dos metros de su espalda:
– Espera ahí un momento, que pongo el radiador para que caliente la habitación y te ayudo a darte la ducha.
Al oír el zumbido del radiador eléctrico, María giró la cabeza, viendo cómo su amiga estaba en pleno proceso de desnudarse, estirando de su ceñida camiseta hacia arriba. Este movimiento dejó a la visto los abundantes senos que tenía, llenos y firmes. Lucía echó las manos a su pantalón, bajándolo de un rápido movimiento, a la vez que sus braguitas. María, cuya sorpresa era evidente en sus ojos, no podía menos que observar el extraordinario físico que se mostraba ante ella: de tonalidad algo más oscura que la suya, la piel de Lucía mostraba los músculos que se movían bajo ella en cada gesto; sus pechos comenzaron a ondular por el movimiento de bajarse el pantalón , atrayendo la mirada de María; su entrepierna era oscura por el robusto pelo que la cubría, en contraposición a la suya propia, casi lisa y con el pelo fino y rubio. Lucía se dirigió hacia ella, ayudándola a ponerse de pie:
– Venga, vamos a tomar una ducha.
María empezó a asustarse otra vez. Todavía estaba muy excitada, y ahora esto. Y además no sabía por qué, pero se sentía atraída por el cuerpo de su amiga, buscando espiarlo a cada instante. Intentó balbucear algo para que su amiga viese que se encontraba bien y no necesitaba su ayuda, pero resbaló, cargando su peso en Lucía. Aunque ésta pudo soportarlo fácilmente, no hizo más que reforzar su preocupación por María. Lucía entró en la ducha tras María, y puso el agua caliente al máximo soportable, colocando el tapón para que se acumulase en el fondo y diese calor.
María se había colocado al otro lado de la bañera, dando la espalda a Lucía mientras pensaba una forma de salir de la situación. La bañera no era tan grande, y pudo sentir el culo de Lucía contra el suyo cuando ésta se agachó. Se sentía mareada, sin saber si se debía al calor, a la excitación o a que realmente estaría enferma. La situación y la cercanía de su amiga, desnuda y exhuberante, no hacían más que aumentar su ya cargada excitación, aunque intentase evitarlo con todas sus fuerzas. Lucía cogió la esponja que había traído, y, tras aplicarle algo de jabón, comenzó a pasarla por la espalda de María, suavemente y con cariño. Mientras hacía esto, pasaba una mano por sus hombros, acariciándola para hacerla sentirse mejor.
– Si te sientes mal, apóyate en mí. Tranquila, que puedo contigo.
María estaba volviendo a su trance. Todas las sensaciones se aumentaban, y auunque intentase evitarlo, la esponja y la mano que estaban enjabonándola suavemente eran una sensación totalmente erótica, que la impulsaban a llevar su mano otra vez a la entrepierna. Lucía se acercó algo más, pasando su mano a los brazos de María (por si se caía), y haciendo descender la esponja desde la ya enjabonada espalda. María sintió un escalofrío cuando la esponja pasó por encima de su nalga derecha hacia su pierna, y le empezaron a fallar las piernas. Lucía la sostuvo con su brazo izquierdo, abrazándola y presionando los pechos de María firmemente en el proceso. María se estaba mareando de verdad, y un creciente placer le asaltaba, obnubilando su pensamiento.
Los pechos de Lucía se le clavaban en la espalda, deslizándose suavemente en la superficie enjambonada. Sentía los pezones, grandes y firmes, rozándola con delicadeza. La esponja subía y bajaba por el muslo, acercándose y alejándose de las nalgas y el triángulo que protegían. El caudal de agua jabonosa se deslizaba entre sus nalgas, acariciando suavemente su ano y despertando sensaciones en esta desconocida zona. El brazo de su amiga le masajeaba los pechos con el movimiento, al intentar sostenerla. Con el calor, María no podía más y estaba a punto de desmayarse. Se giró torpemente, buscando a su amiga, y dejó caer todo su peso en ella. Sus pechos y pezones, húmedos y enjabonados, se encontraron en un resbaladizo choque. El muslo de la pierna derecha de Lucía se encajó entre las piernas de María, yendo a chocar con su hinchado y sobre-excitado clítoris. Esto provocó una oleada de placer como María no había sentido nunca, e hizo que gimiera y boqueara buscando aire, que sus ojos se abrieran como platos y que levantara la cara mirando a su amiga. Bajo el chorro de la ducha sus labios encontraron los de su amiga, que no pudo evitar echarse hacia atrás de la sorpresa. Lucía vio a su amiga a punto del orgasmo, con las mejillas enrojecidas, los ojos desorbitados y la lengua asomando entre unos preciosos labios sonrosados. Y para su sorpresa sintió una excitación como no había sentido nunca, una excitación que tensaba todos sus músculos y despertaba sus zonas más íntimas.
María, perdida en un océano de placer orgásmico, comenzó a mover la cadera adelante y atrás, forzando el rozamiento de su clítoris con el poderoso muslo de su amiga. Apretó los muslos, sujetando ese instrumento de placer que se alojaba entre sus piernas, y abrazó a su amiga, agarrándole las nalgas. Por su boca salían gemidos incoherentes, que casi ni oía.
Lucía balbuceó algo, pero ni siquiera ella hizo caso. Los labios de su amiga llamaban a los suyos, su boca comenzó a abrirse buscando torpemente esa lengua que asomaba descaradamente entre esos gemidos de placer. Sus manos decidieron por sí mismas colocarse entre sus pechos, palpando temblorosos los más que erectos pezones de María. Y su muslo comenzó a moverse a la vez que la cadera que lo buscaba, chocando cada vez con más fuerza contra la ya ardiente entrepierna.
María seguía experimentando oleadas de placer, sin saber si eran varios orgasmos o uno increíblemente largo. Más por instinto que por decisión propia deslizó una de sus delicadas manos entre el nudo de piernas, buscando torpemente la entrepierna de su amiga. Al sentirla, se despertó en Lucía un deseo animal que la controlaba, y su boca se comió a la de su amiga. Sus fuertes manos apresaron como garras las blanquecinas y tensas nalguitas que se movían cada vez más rápido, y las ayudaron en su movimiento con toda la fuerza de sus brazos. Sentía cómo el fluido de María le corría por el muslo, lo que le excitaba enormemente. Ambas gemían y jadeaban entre el vapor, chocando sus cuerpos como posesas. María llegó al punto álgido de su orgasmo, y comenzó a gritar el nombre de su amiga, agitando rabiosamente sus hábiles dedos sobre el clítoris de su amiga. Lucía no pudo más, entrecerró los ojos concentrándose en el placer y se sumió en un tenso orgasmo mientras gritaba.
Horas más tarde la madre de Lucía hizo una visita al cuarto de su hija para comprobar que todo iba correctamente. Las encontró abrazadas en la cama, totalmente dormidas, y se fue a dormir feliz por la amistad que disfrutaba su hija. Nunca sabría que estaban desnudas bajo las mantas, ni cómo de íntimos eran esos abrazos que ella creía castos… ni falta que hacía.
Gracias al anónimo lector que ha compartido con nosotros este relato, espero que lo hayáis disfrutado tanto como nosotros!! Y animáos todos a compartir vuestras fantasías.
2 comentarios
Wil · 23/12/2012 a las 3:10 am
muy buen relato me encanto
Charlie Diaz · 11/01/2013 a las 7:58 pm
María se dio cuenta de que no era como las demás amigas un día en que estaban unas cuantas hablando y la conversación derivó hacia los chicos. Todavía eran jóvenes adolescentes. Apenas sus cuerpos empezaban a cambiar, las hormonas a actuar.